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Ciencia y género. Así ha sido el tortuoso camino de las mujeres

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Hace unas semanas un profesor italiano asociado al CERN presentó un coloquio sobre género y física abiertamente misógino. Su inaceptable conferencia se suma a una larga historia de discriminación en las ciencias. Estos son algunos de los casos más recordados.

A lo largo de los tiempos, complejos procesos históricos y sociales han producido una profunda asimetría en la participación de los hombres y las mujeres en la sociedad. El machismo imperante anclado desde el inicio de los tiempos, ha producido estructuras de poder que conspiran contra la igualdad de condiciones para mujeres y para hombres y en claro perjuicio contra las mujeres.

La cultura y la razón deberían ser las encargadas de domar la bestia ancestral de las desigualdades de género. Por eso asombra cuando desde el centro mismo de la ciencia, paradigma de la racionalidad (¿o no?) emerge obscenamente el fantasma de la discriminación.

El camino de las mujeres en la ciencia ha sido tortuoso. Por restringirnos a las áreas de astronomía, física y matemáticas, resaltan los casos de:

Hipatia de Alejandría en el siglo III sufrió los rigores de ser astrónoma y matemática en una época turbulenta.

Sophie Germain, en los alrededores de 1750 tuvo que usar el pseudónimo de Antoine Auguste LeBlanc para hacerse pasar como hombre y poder discutir por cartas con Gauss. (Lea La Amazonía y los indígenas, en vilo con el nuevo presidente de Brasil)

La vida entera de Madame Curie fue una lucha contra un ambiente lleno de prejuicios en contra de las mujeres en ciencia. Pierre Curie tuvo que argumentar que rechazaría el Nobel si no incluían a María, cuyo trabajo fue fundamental.

Las dificultades encontradas por Emmy Noether para tener una posición o simplemente dictar seminarios en Gotinga, a pesar del apoyo de David Hilbert, quien tuvo que argumentar que si Gotinga era una institución académica o un baño de hombres al que no podían tener acceso las mujeres.

Ada Augusta Byron, hija de Lord Byron luego Ada Lovelace, la primera programadora de la historia injustamente olvidada.

La ley fundamental con la que Edwin Hubble estimó distancias a las galaxias y pudo determinar observacionalmente la expansión del universo, fue descubierta por Henrrieta Leavitte estudiando el brillo pulsante de una clase de estrellas. Su trabajo fue pobremente reconocido. En las primeras décadas del siglo XX a las mujeres no les permitían manejar telescopios. Henrrieta cobraba apenas 30 centavos de dólar la hora.

Vera Rubin, la astrónoma que revolucionó nuestra visión del universo con las evidencias contundentes de materia oscura, era candidata natural al Nobel. El sesgo de género lo impidió. En los años 40 del siglo pasado cuando intentó entrar al postgrado de la Universidad de Princeton, obtuvo por respuesta “Princeton no acepta mujeres”.

En 1974 el comité Nobel excluyó a Jocelyn Bell, la estudiante de doctorado que descubrió los pulsares y primera autora del trabajo por el que se otorgó el premio.

Ellas son la punta del iceberg de miles de casos que delatan la segregación de las mujeres en un terreno históricamente dominado por hombres. El camino de las mujeres en la ciencia ha sido tortuoso. Y continúa siéndolo. Los estudios demuestran que sus trabajos son subvalorados, los obstáculos para ascender académicamente o a cargos de importancia son mayores que en el caso de los hombres.

De más de doscientos premios Nobel en física, sólo tres han sido para mujeres: María Curie en 1903, María Goeppert-Mayer en 1963 y Donna Strickland en 2018. Pero sin duda Jocelyn Bell, Vera Rubín y Henrrieta Leavite, lo merecían, y otras como Chien-Shieung Wu y Lise Meitner también.

Sólo una mujer, la iraní Maryam Mirzajani ha ganado la medalla Field. Ninguna el premio Abel, los máximos galardones de las matemáticas.

Es cierto que el siglo XX sobre todo a partir de la segunda mitad vio emerger movimientos que tendían a disolver las desigualdades, en contra de la discriminación racial, contra la xenofobia, por la libertad de las opciones sexuales, respeto y tolerancia a las minorías y en pro de las equidades de oportunidades. Y sin duda que muchos de los casos que mencionamos ya no podrían ocurrir en estos tiempos.

Por eso cuando el 24 de septiembre de 2018 se encendieron las redes sociales y las alarmas cuando Alessandro Strumia presentó en un coloquio sobre género y física de altas energías en el CERN, una charla abiertamente misógina y totalmente prejuiciada en contra de las mujeres científicas.

Strumia, un conocido físico profesor de la universidad de Pisa y vinculado al CERN disfrazó con un título y un resumen neutro, una presentación en la que afirmó que la diferencia en el peso que hombres y mujeres tienen en la física, se debe a que las mujeres son intrínsecamente menos capaces que los hombres. Afirmó que la física la hacen los hombres. “¿Acaso Newton no era un hombre?”, argumentó falazmente. La estadística sesgada de Strumia, las conclusiones infundadas que saca de datos con un barniz de apariencia científica lo llevan a conclusiones inaceptables desde el punto de vista moral. La directora del CERN, Fabiola Gianotti lo separó de toda vinculación con el centro por su actitud antiética mientras duran las investigaciones. Lo mismo hizo la Universidad de Pisa.

Los estudios de género, sociología de las ciencias y estudios culturales han revelado las sutilezas bajo las cuales se deslizan los sesgos y las discriminaciones, a veces conscientemente; otras no. Sin una comprensión profunda de estos procesos, es imposible concluir algo acerca de las habilidades innatas de las personas. Muchas barreras discriminatorias, en ocasiones muy sutiles, actúan disuasivamente en contra de la mujer.

El fantasma de Strumia aún recorre el mundo…y ya es hora de sepultarlo.

*Astrofísico. Profesor de la Universidad Industrial de Santander.

Este artículo fue publicado originalmente en Astronomía al aire

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