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Zócalo de todos y de nadie.

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Ivonne Matteo

El corazón de la capital ha vuelto a ser albergue de miles de opositores del Estado, ha vuelto a alojar a grupos de manifestantes que buscan, a través de la inestabilidad y miseria, ver cumplidas sus demandas, para algunos justas, para otros absurdas.

La mañana del lunes 23 de octubre, la plaza de la constitución recibió a los integrantes de la Sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación quienes se instalaron para comenzar su paro rotativo en “Defensa de la Educación y del Pueblo Oaxaqueño”; la noche anterior integrantes del Comité de Defensa Ciudadana arribaron al lugar exigiendo el esclarecimiento de la muerte de su fundador Catarino Torres, y pernoctaron junto a los más de 50 desplazados del municipio de Zaachila, mismos que desde hace 4 meses han hecho del zócalo capitalino su hogar y su lugar de trabajo, que a su vez, observan día con día, la protesta ininterrumpida que mantienen los desplazados de San Juan Copala frente al Palacio de Gobierno, la cual cumplió recientemente seis años de lucha.

Hay hombres sentados en las jardineras, quienes observan con desconcierto a toda persona que se acerca a cuestionar el porqué de su manifestación, comen y duermen en sus improvisadas moradas, las mujeres no dudan en gritar “está tomando fotos, está tomando fotos” cuando perciben una cámara enfocándoles.

Los transeúntes miran absortos y con cierta ironía, hace meses no se veía así el zócalo, después de la tregua por los estragos de los terremotos, todo ha vuelto a la normalidad.

“Ni perdón ni olvido”; “Nos dejaron sin hogar” “Reparación integral del daño y ayuda inmediata”; “Señor Gobernador pedimos castigo” “Destitución inmediata del defensor”; “Aquí mi casa, mi trabajo y mi hogar” son algunas de las leyendas que se pueden observar en un recorrido diurno por la zona considerada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO.

Los manifestantes ríen entre sí, y en el lugar no transita ningún servidor ni funcionario público, sólo los ciudadanos que perciben el caos, la suciedad y el mal olor.

“Son unos vagos” dice Don Felipe mientras busca la tinta con la cual boleará los zapatos de su cliente, “ya se habían tardado, ya que el gobierno les de su dinero, ya se van”, asegura.

El zócalo ya no es referente de un lugar tranquilo para una cita romántica o casual, sino que es ahora, aquel sitio que ve nacer y crecer las inconformidades de grupos disidentes, aquellos que a veces están y a veces no, pero que las autoridades saben que es su lugar, el zócalo ve nacer y crecer la corrupción y la miseria.

“Las luchas ya no son honestas, cada quien busca su conveniencia. Si fuera por el bien del pueblo, aquí estaríamos todos, pero sólo es política.” comenta Javier Sibaja, un joven universitario que lee con sorna las pancartas magisteriales.

Este es el corazón de la capital, terreno de enfrentamientos y de odio, de diálogo engañoso y consignas socialistas ajenas a la práctica, de acciones fúnebres y víctimas infantiles, donde nadie es el responsable.

Esta columna se reproduce en este medio informativo tal cual ha sido concebida por su autora. Las opiniones en ella expresadas no son necesariamente compartidas por este portal.

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