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Bersahin López Opinión

En tiempos de crisis social, necesario sujetarse de la espiritualidad

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Bersahín López  | Coincidencias

Conceptos materialistas y vacíos han ido ganando terreno en la interpretación diaria de la vida, dejando a un lado opciones integrales del desarrollo humano que nos guíen a experimentar relaciones profundas con nuestro interior y con elementos superiores qué, al mismo tiempo, nos permitan sentirnos en seguridad y confianza interna.

La espiritualidad más allá de su significado tradicional, basado en la palabra latina “spirare”, que significa “alma”, ha encontrado en las distintas etapas de la humanidad, diversas formas de entenderse y materializarse. Desde Adán y Eva, hasta las visiones más modernas de comprender la espiritualidad individual y colectiva, que pasa por múltiples culturas, territorios y maneras de percibir la vida, pero que nos coloca en una misma circunstancia: El ser humano y su relación frente a un Ser Supremo, que no lo maneja, pero si lo conduce en la libertad de decidir en qué creer o en que no hacerlo.

Es Jesucristo, desde su aparición, quien nutre la espiritualidad, con una dinámica de mayor entrega hacia la colectividad. El sufrimiento de uno para el bienestar colectivo alcanzó un nivel de entrega sublime, lo que hizo entender la posibilidad de unir materia con esencia, dando como resultado la materialización de la espiritualidad en cuestiones palpables, que van reforzando la idea de elementos, más allá de nuestro entendimiento, que están entre nosotros, y con los cuales podemos conectarnos para lograr un bienestar interno y colectivo.

Las interrogantes sobre nuestra propia existencia y la forma de responderlas, a través de toda la historia de la humanidad, ha reforzado la espiritualidad con diferentes nombres, pero cuyas constantes están muy definidas: El alma y la mente o dicho de otra manera, lo inimaginable y lo comprensible.

En los distintos libros religiosos que se desprenden de la creencia de un Ser Supremo, encontramos historias y enseñanzas que permiten al ser humano refrendar en lo público, y algunos solo en lo privado, la creencia de una espiritualidad que funciona como un vínculo y a la vez como una especie de bálsamo, para curar o fortalecer lo más interno de la personas. Ahí donde las ciencias exactas no han podido maniobrar.

La espiritualidad, más allá de conceptos religiosos, políticos, económicos, históricos, constituye la relación más individualista, de uno a uno, entre el ser humano y el Ser Supremo con quien intente conectarse. Aunque esa relación se lleve a lo colectivo para maximizar, la esencia fundamental, está entre dos, como siempre lo ha sido: Adán y Eva, cielo e infierno, luz y oscuridad, alma y mente, tierra y cielo, Jesús y su padre, la conexión de dos determina la conexión de todo, sea cual sea su nombre.

Ante los momentos complejos de la humanidad, es necesario volver a conectarnos en lo interno y hacerlo en lo colectivo. La poca empatía que existe, es un signo de un individualismo que nos aleja del prójimo, la fortaleza espiritual dotará al ser humano de una mayor capacidad de entendimiento integral y poner atención no solo en lo material, sino en todo aquello que nos sostiene como personas.

San Pablo enseña en sus postulados que la espiritualidad nos guía hacía el amor, la comunión, la alegría y la esperanza. Mahoma entiende la espiritualidad como la conexión entre el cuerpo y el alma, el Hinduismo considera la pobreza espiritual como la principal causa del sufrimiento. Jesús de Nazaret identifica la espiritualidad como una forma de construir una vida más humana, confiando en un Dios amoroso y misericordioso.

La constante del bienestar interior para lograr una vida mejor, se da en todas las formas de entender la religión o la conexión con un Ser Supremo, por eso vale la pena, mantener esta relación interna que permita encontrar lo positivo de nosotros y ponerlo al servicio de la colectividad. La mejor espiritualidad es la que se refleja en una vida próspera y en paz, un objetivo que buscan los creyentes y los que no lo son.

La espiritualidad puede dejar de ser un concepto religioso y convertirse en una dinámica colectiva, mostrarnos espirituales no es vulnerarse, por el contrario representa un pleno conocimiento de lo que somos, en lo que creemos y cómo lo ponemos en práctica.  Todo lo que nos lleve a ser mejores seres humanos, vale la pena compartirlo con nuestro entorno, no solo socializar problemas, sino también compartir posibles soluciones.

Frente a un mundo sumergido en guerra comercial, con altos índices de inseguridad global, inmerso en complejos dilemas territoriales, con una sociedad fracturada por mecanismos de convivencia erráticos, donde parece que todo es caos, frente a todo eso, todavía tenemos una esperanza de cambiar la inercia de los acontecimientos, pero tiene que ser desde una profunda reflexión interna en lo individual y llevar lo mejor de nosotros al ámbito colectivo, ahí es donde encuentro la valía de la espiritualidad, en esa fuente de valores y acciones que perduren a pesar de las circunstancias. El mundo merece darse un respiro para encontrarse, recapitular y comenzar a actuar para mejorar la calidad de vida.

Esta semana el mundo conmemora la Semana Santa, el sacrificio del hijo de Dios por el bienestar de la humanidad, desde la concepción cristiana. Que esta fecha sirva para una profunda reflexión sobre la forma en la debemos afrontar los retos que estos tiempos nos deparan.

Jesús vivió en un momento donde también la sociedad era compleja en su forma de relacionarse, tal vez los mismo problemas de hoy y en contextos diferentes, puede ser que las épocas se repitan, pero también las formas de reinventarnos lleguen cada determinado tiempo. Que este sea un momento de reflexión para visualizar un futuro distinto. La espiritualidad puesta al servicio de todas y todos es un buen inicio

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